En la polémica quinientista en torno al Orlando furioso un lugar preeminente lo ocupan las interrupciones del relato operadas por un narrador caprichoso e irónico porque, a pesar de que a él le sirvan para dar cabida a las gestas de todos sus protagonistas, hacen de la trama una madeja desordenada de diversos hilos narrativos, dicen los detractores de la obra. Del mismo recurso se sirve Cervantes en el Quijote para disponer los filones diegéticos que se abren en los escasos momentos en que los dos protagonistas se separan, pero también para introducir cuñas informativas sobre la verdadera identidad de algunos personajes secundarios. Cervantes renuncia a la lección de Boiardo y Ariosto en lo que respecta a las ocasiones de la ruptura narrativa, que ellos usan para crear suspense y deseo de proseguir en la lectura, según sostenían ya los defensores del último en la querella sobre el Orlando furioso de la segunda mitad del XVI (Giraldi Cinzio y Pigna, entre otros). Parece adoptar, en cambio, el modelo de Rodríguez de Montalvo en el IV libro del Amadís y en las Sergas de Esplandián, que es donde se afirma la tendencia a colocar la cesura del entrelazamiento en el final de un episodio y de un capítulo, mientras que en los libros anteriores es frecuente hallarla también en el interior de los capítulos. Otra práctica del primitivo autor que Montalvo desecha es la de interrumpir el relato en un momento culminante, como harán más tarde los ferrareses. Las dos lecciones del segundo autor del Amadís las desarrolla Cervantes en el Quijote; claro que no basta esto para explicar el peculiar uso de la técnica del entrelazamiento en la obra cervantina; nos ayuda a entender la preferencia por el momento en que se produce la cesura, pero lo que en Rodríguez de Montalvo se presenta como necesidad organizativa que pone en peligro la unidad del texto, en Cervantes se convierte en instrumento de equilibrio y orden. Montalvo repite fórmulas acartonadas en sus entrelazamientos, mientras Cervantes las renueva continuamente, juega con ellas, implica directamente al lector, las rellena de alusiones morales («Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho», II, 54), subraya las intervenciones del aparato enunciativo en ellas, con exordios más o menos enjundiosos, o bien repitiendo la escena última, y todo ello envuelto en un velo irónico de indudable ascendente ariostesco. La tendencia cervantina a la amplificatio de las cesuras, para elaborar una antítesis de intenciones enunciativas entre lo narrado y el narrador, puede tener su origen en tierras ferraresas, pero solo en lo relativo a la dimensión pragmática, es decir, en el juego con el lector y sus expectativas, y tal vez también por lo que toca a la materia narrativa; la intención desacralizadora aplicada a las fórmulas y las voces del sistema enunciativo forma parte exclusivamente de la cosecha cervantina. El múltiple filtro enunciativo del Quijote resulta, pues, potenciado por la técnica del entrelazamiento, a expensas de la figura del narrador, casi totalmente arrumbado en la gestión de la alternancia, al contrario de lo que sucede en los dos Orlandos; la pérdida de autoridad del narrador, el tratamiento paródico del sistema enunciativo y la ironía que impregna el canal de comunicación con el lector, efectos colaterales del uso del entrelazamiento, se proponen como otros tantos aspectos de lo que más adelante será identificado como ironía romántica, uno de los elementos fundamentales de la voz del narrador de la novela moderna. El estudio en este trabajo del entrelazamiento de hilos narrativos en el Quijote y de las fórmulas usadas para llevarlo a cabo, aspectos hasta ahora desatendidos por la crítica cervantina, me ha permitido matizar la importancia del diálogo intertextual de Cervantes con Boiardo y Ariosto, y revalorizar el que mantiene con el Amadís, en la perspectiva de la construcción de un nuevo cauce narrativo de representación del mundo.
El entrelazamiento en el Quijote
José Manuel Martín Morán
2021-01-01
Abstract
En la polémica quinientista en torno al Orlando furioso un lugar preeminente lo ocupan las interrupciones del relato operadas por un narrador caprichoso e irónico porque, a pesar de que a él le sirvan para dar cabida a las gestas de todos sus protagonistas, hacen de la trama una madeja desordenada de diversos hilos narrativos, dicen los detractores de la obra. Del mismo recurso se sirve Cervantes en el Quijote para disponer los filones diegéticos que se abren en los escasos momentos en que los dos protagonistas se separan, pero también para introducir cuñas informativas sobre la verdadera identidad de algunos personajes secundarios. Cervantes renuncia a la lección de Boiardo y Ariosto en lo que respecta a las ocasiones de la ruptura narrativa, que ellos usan para crear suspense y deseo de proseguir en la lectura, según sostenían ya los defensores del último en la querella sobre el Orlando furioso de la segunda mitad del XVI (Giraldi Cinzio y Pigna, entre otros). Parece adoptar, en cambio, el modelo de Rodríguez de Montalvo en el IV libro del Amadís y en las Sergas de Esplandián, que es donde se afirma la tendencia a colocar la cesura del entrelazamiento en el final de un episodio y de un capítulo, mientras que en los libros anteriores es frecuente hallarla también en el interior de los capítulos. Otra práctica del primitivo autor que Montalvo desecha es la de interrumpir el relato en un momento culminante, como harán más tarde los ferrareses. Las dos lecciones del segundo autor del Amadís las desarrolla Cervantes en el Quijote; claro que no basta esto para explicar el peculiar uso de la técnica del entrelazamiento en la obra cervantina; nos ayuda a entender la preferencia por el momento en que se produce la cesura, pero lo que en Rodríguez de Montalvo se presenta como necesidad organizativa que pone en peligro la unidad del texto, en Cervantes se convierte en instrumento de equilibrio y orden. Montalvo repite fórmulas acartonadas en sus entrelazamientos, mientras Cervantes las renueva continuamente, juega con ellas, implica directamente al lector, las rellena de alusiones morales («Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho», II, 54), subraya las intervenciones del aparato enunciativo en ellas, con exordios más o menos enjundiosos, o bien repitiendo la escena última, y todo ello envuelto en un velo irónico de indudable ascendente ariostesco. La tendencia cervantina a la amplificatio de las cesuras, para elaborar una antítesis de intenciones enunciativas entre lo narrado y el narrador, puede tener su origen en tierras ferraresas, pero solo en lo relativo a la dimensión pragmática, es decir, en el juego con el lector y sus expectativas, y tal vez también por lo que toca a la materia narrativa; la intención desacralizadora aplicada a las fórmulas y las voces del sistema enunciativo forma parte exclusivamente de la cosecha cervantina. El múltiple filtro enunciativo del Quijote resulta, pues, potenciado por la técnica del entrelazamiento, a expensas de la figura del narrador, casi totalmente arrumbado en la gestión de la alternancia, al contrario de lo que sucede en los dos Orlandos; la pérdida de autoridad del narrador, el tratamiento paródico del sistema enunciativo y la ironía que impregna el canal de comunicación con el lector, efectos colaterales del uso del entrelazamiento, se proponen como otros tantos aspectos de lo que más adelante será identificado como ironía romántica, uno de los elementos fundamentales de la voz del narrador de la novela moderna. El estudio en este trabajo del entrelazamiento de hilos narrativos en el Quijote y de las fórmulas usadas para llevarlo a cabo, aspectos hasta ahora desatendidos por la crítica cervantina, me ha permitido matizar la importancia del diálogo intertextual de Cervantes con Boiardo y Ariosto, y revalorizar el que mantiene con el Amadís, en la perspectiva de la construcción de un nuevo cauce narrativo de representación del mundo.File | Dimensione | Formato | |
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