en la antigüedad clásica las divinidades nefastas (Furias, las Parcas, Némesis) castigan o ejecutan los terribles decretos del destino individual de los mortales. En el Heracles de Eurípides Hera hace enloquecer al héroe griego, sirviéndose de Lisa, personificación del furor, para vengarse de las infidelidades del marido. En Hercules furens de Séneca para explicar la locura del protagonista es preciso ahondar en la compleja personalidad de Hércules, dominada por el delirio de omnipotencia. Giraldi Cinzio introduce en el incipit de Orbecche las figuras de Nemesis y de las Furias con ecos senequianos, aprovechándolas para crear la atmósfera siniestra e irracional en que madurará la terrible tragedia. La herencia grecorromana pasa a la escena de la España moderna mediante la intermediación de los italianos, y las divinidades nefastas hallan cabida sobre todo en la escritura de Juan de la Cueva (El infamador, El viejo enamorado, El príncipe tirano y La libertad de Roma por Mucio Cévola) actuando como sicarios al servicio de los malvados protagonistas; de esta manera queda anulado su valor emblemático y/o trascendente y se afirma su funcionalidad meramente dramática. En las fiestas teatrales para el regocijo de la corte de los Austrias menores, los aciagos númenes vuelven a ejecutar los mandos de las divinidades superiores, pero en un contexto ya totalmente desmitificado que impide la existencia de un género trágico palaciego. Lope de Vega se limita a poner Tesifonte a las órdenes de un celoso Apolo en Adonis y Venus. Calderón despliega un amplio abanico de divinidades nefastas en algunas de sus piezas mitológicas (La fiera el rayo y la piedra, La púrpura de la rosa, Celos aun del aire matan, Andrómeda y Perseo) y en una comedia caballeresca (Hado y divisa de Leonido y de Marfisa); estas figuras aciagas, además de resultar sumamente funcionales para la espectacularidad del teatro de tramoya, vuelven a declinar en cierta medida los significados metafísicos, morales o políticos que poseían en el mito clásico pero supeditados a la doctrina cristiana y política.

Las divinidades nefastas: desde la tragedia clásica hasta la fiesta teatral de la España barroca

TRAMBAIOLI, Marcella
2014-01-01

Abstract

en la antigüedad clásica las divinidades nefastas (Furias, las Parcas, Némesis) castigan o ejecutan los terribles decretos del destino individual de los mortales. En el Heracles de Eurípides Hera hace enloquecer al héroe griego, sirviéndose de Lisa, personificación del furor, para vengarse de las infidelidades del marido. En Hercules furens de Séneca para explicar la locura del protagonista es preciso ahondar en la compleja personalidad de Hércules, dominada por el delirio de omnipotencia. Giraldi Cinzio introduce en el incipit de Orbecche las figuras de Nemesis y de las Furias con ecos senequianos, aprovechándolas para crear la atmósfera siniestra e irracional en que madurará la terrible tragedia. La herencia grecorromana pasa a la escena de la España moderna mediante la intermediación de los italianos, y las divinidades nefastas hallan cabida sobre todo en la escritura de Juan de la Cueva (El infamador, El viejo enamorado, El príncipe tirano y La libertad de Roma por Mucio Cévola) actuando como sicarios al servicio de los malvados protagonistas; de esta manera queda anulado su valor emblemático y/o trascendente y se afirma su funcionalidad meramente dramática. En las fiestas teatrales para el regocijo de la corte de los Austrias menores, los aciagos númenes vuelven a ejecutar los mandos de las divinidades superiores, pero en un contexto ya totalmente desmitificado que impide la existencia de un género trágico palaciego. Lope de Vega se limita a poner Tesifonte a las órdenes de un celoso Apolo en Adonis y Venus. Calderón despliega un amplio abanico de divinidades nefastas en algunas de sus piezas mitológicas (La fiera el rayo y la piedra, La púrpura de la rosa, Celos aun del aire matan, Andrómeda y Perseo) y en una comedia caballeresca (Hado y divisa de Leonido y de Marfisa); estas figuras aciagas, además de resultar sumamente funcionales para la espectacularidad del teatro de tramoya, vuelven a declinar en cierta medida los significados metafísicos, morales o políticos que poseían en el mito clásico pero supeditados a la doctrina cristiana y política.
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